Heber Joel Campos
He leído con mucha atención el artículo de Fernando Tuesta sobre los cambios que se deben implementar para mejorar la calidad de la representación política en nuestro país. Sus propuestas se concentran en el campo electoral. Aunque, como él mismo reconoce, para ser efectivas, deben ir acompañadas de reformas en el sistema de gobierno y en el sistema de partidos políticos.
En las líneas que siguen deseo concentrarme en dos aspectos vinculados con su exposición: i) la necesidad urgente de repensar el sistema de partidos políticos, y ii) por qué estos cambios no se pueden (ni se deben) hacer al margen de la ciudadanía.
I) La necesidad urgente de repensar el sistema de partidos políticos
Considero que es clave repensar nuestro sistema de partidos. Actualmente, existen en el Perú alrededor de 20 partidos inscritos ante el JNE; ninguno de ellos, sin embargo, posee arraigo social y político. Y, salvo excepciones muy puntuales, tampoco cuentan con una trayectoria histórica relevante. ¿Qué debemos hacer para cambiar este estado de cosas? Sugiero dos medidas. Primero, pasar, progresivamente, del sistema electoral proporcional al sistema electoral mayoritario. Un hito en ese camino sería, por ejemplo, crear circunscripciones uninominales o binominales. Esta medida reduciría la cantidad de partidos que tenemos (pues muy pocos podrían superar el umbral del 5% previsto por la ley electoral con base en esta modalidad), y mejoraría el vínculo entre representantes y representados. Chile contó hasta hace muy poco con circunscripciones binominales. Este modelo contribuyó, de manera decisiva -sobre todo tras la caída de la dictadura de Pinochet-, a fortalecer su sistema de partidos y gobernabilidad a su democracia. Podríamos ensayar algo parecido. Si llegáramos a aprobar, en algún momento, la bicameralidad, la cámara de senadores, por ejemplo, se podría elegir bajo esta modalidad.
Luego, sugiero establecer requisitos más exigentes para ser candidato a un cargo de elección popular. Pero no requisitos que incidan en el nivel de estudios de los postulantes (estos son poco efectivos y pueden devenir en discriminatorios), sino en su trayectoria al interior de los partidos. Así, por ejemplo, se podría exigir que para ser candidato se deba contar con un lapso mínimo de militancia en un partido (este podría variar en función de la relevancia del cargo). Esta medida haría que más personas competentes opten por una carrera política. Y reduciría los casos de transfuguismo, pues le daría relieve a la lealtad ideológica de los candidatos.
ii) Por qué estos cambios no se pueden (ni se deben) hacer al margen de la ciudadanía
La reforma política debe contar con el respaldo de la ciudadanía. Eso no significa que cada vez que queramos cambiar una ley o un artículo de la Constitución, se deba convocar a un referéndum para que el pueblo se pronuncie al respecto. Mi punto es otro. Se debe politizar la reforma y generar espacios de diálogo que permitan que todos los actores involucrados en ella puedan hacer escuchar su voz.
No es una tarea sencilla, pero tampoco imposible. Ya se ha hecho en el pasado con resultados alentadores. La Comisión de Bases para la Reforma de la Constitución, por ejemplo, estuvo conformada por docentes e investigadores destacados, y su informe luego dio origen a una deliberación intensa que trascendió el Congreso. Debemos replicar este tipo de iniciativas. En la experiencia comparada existen muchos ejemplos que podemos replicar (adaptándolos previamente a nuestra realidad), por ejemplo, podríamos implementar la figura de los cabildos abiertos (town meetings) que no sólo empodera a los ciudadanos, sino que enriquece el contenido de las medidas que se adoptan con base en ella.
Finalmente, es importante convencer a la mayoría de la importancia de la reforma. De lo contrario, fracasará. No se puede cambiar el sistema político de un país al margen de la voluntad popular. Si aspiramos a que la reforma sea duradera, necesitamos que el pueblo la haga suya. Las grandes decisiones políticas que en el pasado no han cumplido con esta premisa o se han hecho mal, o han motivado un amplio rechazo político, al margen de sus méritos técnicos, Por tanto, para que la reforma valga la pena, debe movilizar y convencer de sus méritos técnicos. Y, sobre todo, debe ser un punto de inflexión a favor de una nueva forma de hacer política: más plural, más coherente y más sensible a los problemas que enfrentamos los peruanos.
En resumen, saludo las interesantes propuestas del profesor Tuesta. Las comparto en su mayoría. Solo sugeriría insistir un poco más en el hecho de que sin la reforma del sistema de partidos, la reforma política y electoral no surtirán los efectos deseados. Los partidos son la fuente de la que surgen nuestras autoridades políticas. Si no los modernizamos, todo lo demás será un maquillaje de una democracia agonizante.